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martes, septiembre 22, 2015

MODELOS DE DESARROLLO EN DEBATE Un problema invisible

Por Eleonor Faur*

El Dipló presenta el cuarto artículo de la serie realizada por profesionales convocados por el IDAES-UNSAM, para indagar sobre los modelos de desarrollo en Argentina. Aquí, Eleonor Faur analiza cómo el cuidado de la familia es un tema de interés público.

Eduardo Stupía, sin título, 2012 (fragmento, gentileza Galería Jorge Mara - La Ruche)
os debates sobre modelos de desarrollo suelen pivotear alrededor de la estructura productiva, el grado de (des)protección de la producción nacional, la distribución de su rentabilidad entre trabajadores y empresarios, la modalidad de la relación que el país define con otros países y con organismos financieros internacionales. Son enfoques que discuten el papel del Estado y del mercado en la definición de las reglas de juego de la política económica (y, en menor medida, de la política social). Al hacerlo, es frecuente que omitan un eslabón clave desde el punto de vista de género: ¿cuál es la función que dichos modelos delegan en las familias? ¿Cómo regulan los vínculos entre el trabajo remunerado, el cuidado familiar y las relaciones de género? Pese a su invisibilidad, en estos interrogantes gravita la relación entre los modelos de desarrollo y el bienestar de la población.

La distribución de tareas

Sabemos que históricamente se asignó a las familias el cuidado de sus miembros y que, aunque todos contamos con la capacidad de cuidar a otras personas, esta actividad quedó delimitada como una responsabilidad femenina. Anclada en una matriz cultural que entiende a las mujeres como “las cuidadoras ideales”, esta noción contribuyó a delinear las bases funcionales de determinada economía social y política: un modelo de familia con “varón proveedor” y “mujer ama de casa”. Quienes atravesamos la vida adulta fuimos testigos (y protagonistas) de la profunda alteración de este modelo. Las mujeres ingresaron en forma masiva al mundo del trabajo a partir de las sucesivas crisis económicas, pero también de una mayor autonomía; cambiaron las familias; aumentaron los hogares con dos proveedores y también aquellos encabezados por mujeres; crecieron globalmente las uniones consensuales y los divorcios, y se garantizó la ciudadanía de homosexuales y personas trans mediante las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género. Como en una superposición de capas geológicas, la cuestión de género logró posicionarse en la agenda pública, y muchos de los antiguos reclamos del feminismo se tradujeron en leyes y programas que ampliaron derechos políticos, civiles, sociales y sexuales. En paralelo, se gestó un nuevo límite a la indiferencia, y una multitudinaria movilización popular pobló las plazas argentinas el 3 de junio –al grito de “Ni una menos”– para exigir respuestas efectivas frente a la violencia contra las mujeres y erradicar el femicidio. 

A pesar de estas profundas transformaciones, persiste una matriz profundamente desigual en la distribución de tareas y responsabilidades según género. Los hombres continúan orientando su energía, principalmente, al trabajo remunerado, mientras que las mujeres suman, superponen e intercalan su participación en el mercado laboral, el trabajo doméstico y los cuidados familiares, con frecuencia, a ritmos vertiginosos. La reciente Encuesta de trabajo no remunerado y uso del tiempo del INDEC mostró que el 88,9% de las mujeres y el 57,9% de los varones realizan actividades no remuneradas (incluyendo quehaceres domésticos, apoyo escolar o cuidado de personas). Pero la dedicación de las mujeres es sensiblemente mayor (en promedio, ellas destinan 6,4 horas por día y ellos, 3,4) (1). Hay sutiles variaciones en la participación y dedicación según los distintos contextos, edades, tipos de hogar y posición en el mismo, pero la brecha de género se mantiene. ¿Cuál es la relación entre estas dinámicas y los modelos de desarrollo? En primer lugar, es evidente que el trabajo no remunerado y de cuidados constituye un pilar indispensable del modelo de bienestar. ¿Acaso se puede garantizar el funcionamiento de la sociedad si se elimina el trabajo no remunerado? Ciertamente, no. A pesar de ello, tanto las perspectivas ortodoxas como las heterodoxas consideran como trabajo sólo aquel que tiene un valor monetario y apuntan todas sus recomendaciones dejando en suspenso una parte central de la inversión de energía para la producción del bienestar. En segundo lugar, esta situación tiene altos costos para los hogares: cuanto más tiempo se dedica al trabajo impago, menos tiempo queda disponible para ingresar y permanecer en una actividad remunerada, lo que afecta la autonomía femenina y el bienestar de sus familias. Finalmente, la inequidad en la distribución de tiempos se reproduce mediante políticas públicas que distinguen prestaciones y derechos basándose en presupuestos de género acordes con un modelo que se revela anacrónico. 

Una problemática pública

Si consideramos el ámbito del cuidado infantil, encontramos tres tipos de políticas que inciden en la organización social de los cuidados. La legislación laboral concentra sus dispositivos – por ejemplo las licencias– en las madres y, de manera indirecta, alimenta un modelo de masculinidad orientado a la provisión de ingresos y desvinculado de las responsabilidades domésticas. Si la ley ofrece sólo 3 días de licencia a los padres ocupados mientras que las madres cuentan con 90 días, el mensaje acerca de qué se espera de la división sexual del trabajo es contundente. Pero en los hechos, también para ellas las licencias son breves, sobre todo si se tiene en cuenta que los espacios de cuidado en el lugar de empleo son excepcionales y que el déficit de la oferta pública de jardines maternales se extiende en todo el país (2). Entonces, cuando las madres trabajan, ¿quién cuida a los niños? Dependerá, sobre todo, de los ingresos familiares. 

Los hogares más pobres apelan a la oferta estatal y comunitaria y a la ayuda familiar. Pero la relativa escasez de servicios, sumada a la convergencia de empleos precarios y sin protección social repercute en una menor participación en el mercado laboral. La Asignación Universal por Hijo mejoró la capacidad de consumo de estos hogares, aunque por sí sola no alcanza para reorganizar las lógicas de provisión y cuidados. Por su parte, la tendencia de las clases medias y acomodadas es la de mercantilizar los cuidados, contratando jardines privados y/o empleadas domésticas. En última instancia, esta tendencia profundiza la desigualdad social y cristaliza un problema de justicia distributiva. De tal modo, además de requerir medidas específicas, desafía los marcos cognitivos en el pensamiento sobre el desarrollo. 

El papel del Estado es central a la hora de transformar la asignación desigual de responsabilidades y derechos. Para ello, es necesario reorientar las políticas existentes y articularlas como parte de un sistema que acompañe las nuevas realidades y necesidades sociales. Hace falta revisar la extensión de la jornada laboral y distribuir los tiempos dedicados al trabajo remunerado y al trabajo doméstico y de cuidados, así como también ampliar las licencias por nacimiento o adopción, promoviendo la vinculación masculina en la crianza. Sostener los niveles de ingreso, tanto mediante transferencias como en la mejora de las condiciones del empleo femenino, es otra de las estrategias indispensables. Pero nada de esto es suficiente para aliviar las abigarradas agendas femeninas si no se proveen servicios de cuidado infantil gratuitos, de calidad y de cobertura universal. En este sentido, es una buena noticia la obligatoriedad de la sala de 4 años del jardín en Argentina, aunque las coberturas son todavía insuficientes para los menores de tres años, y las instituciones de jornada completa sólo cubren el 2,5% de la matrícula en todo el país. En definitiva, comprender la cuestión del cuidado no como un problema personal sino como un problema público, como factor gravitante del bienestar social, es la precondición para redistribuir responsabilidades entre géneros e instituciones y jerarquizar esta actividad en la política pública. 

1. INDEC, Encuesta de trabajo no remunerado y uso del tiempo. Buenos Aires, 2014. Corresponde a 31 aglomerados urbanos.
2. Eleonor Faur, El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual, Siglo XXI, Buenos Aires, 2014.

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